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Edvard Munch en carnavales

Este fin de semana ha sido el de la festividad del Carnaval, y puesto que se trata de una fiesta de la expresión, del color y de la inquietud, al menos para mí, he decidido ir a buscar a uno de los más representativos pintores expresionistas: Edvard Munch.

Para encontrarme con parte de su obra he tenido que desplazarme a Génova. Decir que esta es una extraña ciudad puede ser una obviedad, o un topicazo digno de aquel que no viaja demasiado; sin embargo, puedo decir, que después de ver muchas extrañas ciudades, Génova es una de las más raras. Está parada, oblicuamente parada, y os aseguro que yo he visto muchas ciudades que también estaban paradas, por fuerzas telúricas unas, como el caso de Atenas, por mandato histórico como el caso de Sarajevo, o por decisión propia como puede ser el caso de Turín (Ciudad Real la dejo para otro análisis más profundo). Sin embargo, Génova parece parada porque no hubiera más gobierno que el de la propia inercia de la gente al andar en contra del viento del puerto. Salir y entrar del metro de Génova (paraíso del embargo) por ejemplo, es un ensayo ante el desastre nuclear. Es la expresión de la vacuidad en la plenitud, es una doblez inmediata. Es un abandono que expresa. Definitivamente Génova es un lugar perfecto para alojar la obra de Munch. Por su extraño vacío, por su expresión silenciosa, por la ingratitud de su humedad, su sal, su viento, y por el corrosivo orín de la gente en sus esquinas.

Y precisamente de todo eso, de la intemperie, del abandono y de las inclemencias quería hablar, o más que hablar: preguntarme-preguntaros. Sin duda iba más que dispuesto a ver algunas de las piezas clave de la obra de Munch, no tanto, debo decir, de la producción a óleo (en ocasiones cometemos el error de considerar obra finalizada aquella que está acabada en óleo), sino aquellas obras (litografías, xilografías, aguafuertes) que hubieran originado esa condensación del color y la expresión que tanto nos inquieta en cuadros como "el grito", "angustia"  o su "madonna" con o sin espermatozoides. La disposición hizo, por ejemplo, que me detuviera en detalles que en otras ocasiones me habrían pasado desapercibidos, como el demoledor trazo de los ojos de la "hermana enferma" que me ha golpeado duramente, o su tardío problema de visión plasmado en los retratos de sus amigos. 



Pero a mitad del recorrido, después de introducirme en el dolor de la pérdida de su hermana y la obsesión fatidica por la levedad del ser humano y por la enfermedad, después de observar la duplicidad de sus litografías y de su camino particular y contracorriente, me encontré con unas fotografías y una reflexión que me hicieron pensar, o mejor, preguntarme sobre la poesía.


En esta imagen vemos al propio Edvard delante de muchas de sus obras, con una actitud de trabajo perfecta para el desarrollo de las mismas, con las pinturas distribuidas perfectamente, bien colocadas: expansión de la soledad en madera. Pero hay algo que llama nuestra atención, el vestuario de Edvard. Está abrigadísimo porque no solo está al aire libre, sino que además todo está lleno de nieve. Evidentemente esto no es casual, un pintor como Munch, con la edad que parece tener en la fotografía, alberga la suficiente experiencia como para estar preparado para resguardar su obra, tanto si cayera una repentina nevada como si un loco pintor noruego hiciera de censor ante sí mismo. 

La razón por la que Edvard permanece con su obra al aire libre ante una tremenda nevada es sencilla y dura al mismo tiempo: el pintor tomó la decisión de exponer sus obras a las inclemencias o bondades del tiempo. Consideró apropiado someter su técnica al frío intenso, al calor, al sol, a la luz de la primavera, a la humedad del otoño, a la ruindad y fiereza de la noche y a las impurezas que pudieran amenazar a la propia obra a través de la casualidad y la ventura. Espacio y tiempo (en este caso tiempo meteorológico). Una decisión tan ancestral como la de dejar la carne de la caza encima de una piedra, para después consumirla con la particularidad y las particularidades. Un gesto natural, de sosiego, de calma y confianza (toda aquella confianza que le fue arrebatada cuando su hermanita abandonó el mundo acuoso de los fiordos y seco de las mantas del lecho). Una actitud sencilla y humilde ante su producción y la relación con el mundo que lo rodea. Mejor...esa costumbre la tomó hacía muchos años, ya que también él se sometió a la inclemencia y la intemperie para expresar cuanto tuvo necesidad.

 
Después del recorrido, mi regreso en tren fue abrigado, cubierto de preguntas, de cuestiones que aún hoy no he terminado de resolver. Mientras salía de la ciudad de la expresión estática, del gobierno de lo inmóvil y de la imagen de la sal incestuosa, ya atardeciendo, pude echar un vistazo, desde el puente que une la ciudad con el resto de la península itálica, a la escalada de casas amarillas, y al lejano mar que mangonea. Y pude, vive dios, oír un grito desde la más honda de las verdades que se vino conmigo y que añoraba su origen y sus respuestas: ¿Qué clase de intemperie, de verdad natural, de estación cíclica, de gradación temporal o de viento inclemente, necesita un poema para afrontar el tiempo, ahora sí, físico?


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